Alquimia Crediticia

Carta #
43

Graffiti de un saco de dinero con billetes voladores


La transmutación monetaria que define nuestro tiempo
Los bancos prestan lo que no poseen y crean dinero de la nada con cada préstamo concedido. La operación parece imposible hasta que entiendes que el dinero moderno funciona como promesa digitalizada, relación social que existe mientras todos finjan creer en ella.

Cuando solicitas quinientos mil euros para comprar vivienda, la entidad financiera no busca esa cantidad en sus reservas. Simplemente anota la cifra en tu cuenta mediante escritura contable. El dinero nace en ese instante, respaldado únicamente por tu promesa de devolverlo con intereses. La magia funciona porque el sistema monetario abandonó el patrón oro y adoptó el principio de confianza fiduciaria.

Esta capacidad de crear dinero desde cero representó un avance civilizatorio crucial durante la revolución industrial. Permitió financiar infraestructuras ferroviarias, fábricas, redes de comunicación sin esperar a que alguien ahorrara previamente las sumas necesarias. La economía moderna existe porque los bancos pueden materializar capital inexistente para proyectos que generarán valor futuro.

Pero el sistema contiene una contradicción estructural que ninguna regulación superficial puede resolver. Si los bancos crean noventa por ciento del dinero circulante mediante créditos privados, controlan de facto la asignación de recursos económicos globales. Deciden qué sectores reciben financiación, qué innovaciones se materializan, qué regiones se desarrollan. Una responsabilidad civilizatoria ejercida por entidades que optimizan para beneficio trimestral, no para sostenibilidad sistémica.

La deriva especulativa era inevitable una vez que las instituciones financieras descubrieron que generar dinero para apostar en mercados financieros resulta más lucrativo que prestarlo a empresas productivas. Esta lógica genera distorsiones que van más allá de la dicotomía simplista entre inversión productiva y especulación parasitaria.

Apple ejemplifica la complejidad del problema. Disponía de ciento dos mil millones de dólares en efectivo pero pidió prestados diecisiete mil millones adicionales para recomprar sus propias acciones. La operación no era irracionalidad corporativa sino optimización fiscal y financiera perfectamente racional dentro de incentivos existentes. Le costaba menos usar dinero creado por bancos que su capital acumulado, le permitía deducir intereses de beneficios fiscales y transferir valor a accionistas sin tributar dividendos.

El ejemplo revela que el problema no radica en decisiones empresariales individuales sino en arquitecturas de incentivos que hacen que estrategias financieras optimizadas generen externalidades sistémicas negativas. Apple actuó racionalmente, pero la racionalidad privada genera irracionalidad colectiva.

Los paraísos fiscales añaden una dimensión offshore donde los bancos pueden crear dinero sin supervisión de bancos centrales nacionales. Una entidad alemana establece filial en las Islas Caimán y otorga créditos en dólares americanos a corporaciones internacionales, creando eurodólares que escapan del control regulatorio tanto europeo como estadounidense. Se estima que veinte billones de dólares circulan en estos mercados interbancarios opacos.

La concentración de poder monetario alcanza niveles que trascienden la gestión de activos tradicional. State Street, Vanguard y BlackRock controlan participaciones mayoritarias en más de mil quinientas empresas estadounidenses. Aunque técnicamente sean gestores pasivos que reflejan decisiones de inversores, su tamaño les otorga influencia sistémica que va más allá de la gestión fiduciaria. Cuando las mismas tres entidades poseen participaciones significativas en todas las aerolíneas principales, ¿incentiva eso competencia o colusión implícita?

Aquí emerge la primera paradoja que ningún análisis reformista resuelve satisfactoriamente. El sistema de creación monetaria descentralizada genera tanto dinamismo económico como inestabilidad sistémica. Las burbujas financieras parecen precio inevitable de la liquidez que permite crecimiento acelerado. Eliminar la capacidad bancaria de crear dinero estabilizaría el sistema pero sacrificaría su capacidad de financiar innovación disruptiva.

La segunda paradoja es que las alternativas propuestas replican problemas similares con distinta distribución de riesgos. Otorgar monopolio de creación monetaria a bancos centrales concentra poder en instituciones técnicamente independientes pero políticamente designadas. La historia de bancos centrales muestra que su independencia es contingente y reversible cuando presiones políticas se intensifican suficientemente.

Las quotas sectoriales de crédito y tasas de interés diferenciadas según destino del préstamo enfrentan problemas de implementación que sus defensores subestiman. ¿Cómo distinguir especulación inmobiliaria de inversión legítima en vivienda? ¿Qué impide que las empresas redefinan actividades para acceder a tasas preferenciales? ¿Quién determina qué sectores merecen financiación privilegiada y según qué criterios?

El capital de riesgo, etiquetado frecuentemente como especulación, financia innovaciones que la banca tradicional considera demasiado arriesgadas. Muchas tecnologías que consideramos productivas emergen de financiación inicialmente especulativa. La distinción entre inversión productiva y especulación parasitaria resulta más borrosa cuando se examina en detalle.

La tercera paradoja surge al nivel sistémico global. El sistema monetario actual no reconoce límites ecológicos planetarios, pero las alternativas propuestas tampoco ofrecen mecanismos convincentes para incorporar restricciones ambientales en decisiones de creación monetaria. ¿Cómo traducir sostenibilidad ecológica en criterios operativos para otorgar créditos? ¿Qué institución tendría legitimidad y capacidad técnica para realizar esas evaluaciones?

Reconozco las limitaciones profundas de este análisis. La complejidad del sistema monetario global incluye interacciones entre políticas fiscales nacionales, flujos de capital internacional, tipos de cambio, ciclos de materias primas, innovación tecnológica y estabilidad geopolítica. Variables que ningún marco analítico puede capturar completamente y que alteran el funcionamiento de cualquier reforma monetaria implementada.

Pero estas limitaciones no invalidan la tesis central, quien controla la creación y asignación primaria de dinero nuevo determina la dirección del desarrollo económico más que las políticas redistributivas posteriores. Una responsabilidad demasiado importante para delegarla exclusivamente en criterios de rentabilidad privada, pero también demasiado compleja para transferirla completamente a burocracias públicas.

La solución probablemente requiere experimentación con arquitecturas híbridas que combinen eficiencia de mercados financieros con supervisión democrática de objetivos sistémicos. Bancos de desarrollo público para sectores estratégicos, regulación macroprudencial más sofisticada, transparencia mayor en mercados offshore, coordinación internacional para evitar competencia regulatoria destructiva.

El dinero es institución social que puede rediseñarse, pero las alternativas deben probarse gradualmente en lugar de implementarse mediante transformaciones radicales que podrían generar colapsos sistémicos peores que los problemas que pretenden resolver.

La alquimia crediticia continuará transmutando promesas en poder económico. La pregunta es si lograremos dirigir esa transmutación hacia fines que trasciendan la acumulación privada sin sacrificar la innovación que hace posible la prosperidad colectiva.

🗨️ 2 Perspectivas compartidas

  1. Avatar de Elena Martínez, Coordinador
    Elena Martínez, Coordinador

    Hostia, lo que dices tiene tela Al final estamos todos jugando a un juego de cartas donde los bancos son los que reparten, y claro, siempre se llevan la mejor mano. A ver cómo acaba esto…

  2. Avatar de Pilar Aguilar, Freelancer
    Pilar Aguilar, Freelancer

    Mira, entiendo lo que dices sobre la especulación y tal, pero a veces parece que la innovación se ahoga en toda esta vorágine. No sería mejor que los bancos se pusieran las pilas y empezaran a apostar por cosas que realmente importan?

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