Procuración

Carta #
40

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Treinta años cotizando, mil quinientos ahorrados cada mes, y llegas a los sesenta con el pánico de olvidar el PIN de tu tarjeta. La vejez no te roba solo la memoria. Te roba la llave de tu propia jaula dorada.

Cada día pierdes algo. Primero las llaves del coche, después el nombre del vecino, finalmente el código que protege tus ahorros. La demencia senil no distingue entre ricos y pobres. Borra por igual el recuerdo de tu primera novia y el acceso a tu cuenta corriente. Pero el dinero no perdona la amnesia.

Me obsesiona esta paradoja. Pasas décadas acumulando capital para comprarte libertad, y terminas siendo esclavo de contraseñas que ya no recuerdas. Los bancos multiplican las medidas de seguridad mientras tu cerebro las va perdiendo una a una. Autenticación facial, códigos SMS, huellas digitales. Todo inútil cuando ni siquiera recuerdas que tienes dinero.

La procuración bancaria se convierte en la última traición. Entregas el control de tu patrimonio a quien promete cuidarte. Hijo, cónyuge, notario, asociación benéfica. Da igual. Tu dinero ya no es tuyo. Es suyo bajo tu nombre. Te conviertes en un turista de tu propia fortuna.

Conozco a un hombre que amasó tres millones en cuarenta años de trabajo. Ejecutivo meticuloso, inversor prudente, controlador obsesivo. A los setenta y cinco, su mujer gestiona cada euro. Él pide permiso para comprar el periódico. Ella decide cuándo puede cenar fuera. La procuración lo transformó de señor en suplicante. Su dinero sigue ahí, pero él ya no existe.

Algunos eligen el celibato para evitar esta humillación final. Prefieren morir solos antes que entregar las llaves del reino. Buscan notarios jóvenes para que los sobrevivan. Contratan asociaciones especializadas. Firman mandatos de protección futura. Todo para conservar una ilusión de control cuando ya no controlan ni sus esfínteres.

La verdad es más simple. El dinero exige lucidez. Sin ella, el dinero no sirve. Puedes tener diez millones en el banco y vivir como un indigente si olvidas que los tienes. La riqueza sin memoria es pobreza camuflada.

La tecnología promete soluciones. Pagos faciales, chips implantados, reconocimiento biométrico. Pero la demencia no es un problema técnico. Es la cancelación progresiva de tu identidad. Cuando olvidas quién eres, da igual cuánto tienes.

El patrimonio se convierte en una broma cruel. Trabajaste para ser libre y terminas siendo más dependiente que nunca. Tu dinero existe, pero tú ya no. Eres un fantasma que habita una cuenta corriente a la que no puede acceder.

No hay salida honesta a este laberinto. Solo procuraciones que disfrazan la derrota. Entregas tu autonomía financiera esperando conservar algo de dignidad. Pero la dignidad tampoco se puede delegar.

Al final, descubres que el dinero tenía fecha de caducidad. No la que marca el banco, sino la que marca tu cerebro.

Exprésate. Tu voz importa

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