A esta hora la luz cae oblicua sobre Benchakitti. Son las 17:45 en Bangkok. El lago parece una pantalla apagada y los corredores pasan sin mirarse. Un hombre repite en voz baja que el hombre en pareja está incompleto, que la evolución terminó en un sofá con tele. Otro anota que la salida es la soltería militante. Me interesa menos el eslogan y más el gesto con la mano. Aprieta el móvil como si así pudiera cuadrar la vida. No cuadra.
La pareja moderna es un contrato de expectativas infladas. Se firma con deseo y se ejecuta con trámites. Al principio todo es expansión. Luego llega la contabilidad invisible. Horarios forzados. Ritos que pierden sentido. Costos que nadie admitió de frente. Aquí la palabra costo no es metáfora. Se paga con tiempo. Se paga con foco. Se paga con la paz de la casa cuando la casa se vuelve radar. Hay quien se divorcia y descubre que su patrimonio era una anécdota. La pérdida grande fue la sensación de haber vivido a cuenta de otro guion.
La soltería militante promete otra cosa. No esposas. No pleitos. No chantajes emocionales. Una vida que no pide permiso para moverse. Suena claro. Suena limpio. A veces lo es. Otras veces es la misma soledad de siempre, solo que con sello y discurso. La soledad no es una virtud. La pareja tampoco lo es. Virtudes son los límites que aceptas y el precio que decides pagar sin mentirte. Si buscas un atajo moral, terminarás repitiendo la jugada que juraste no repetir.
La biología no es un juez. El apego no es una condena. El deseo no es un bono que madura por décadas. Con once años en el mismo lecho, el cuerpo aprende atajos pobres. Se vuelve trámite. Dos cuerpos en cuerda floja. Se dan lo mínimo. Nadie lo reconoce en público. La pequeña verdad es privada y sucia. La cama sabe lo que el relato niega.
Aquí arriesgo algo. Sostuve una relación por miedo a apagar la luz. Me quedé porque la risa en la cena parecía más barata que el temblor del domingo. Un día toqué el marco de la puerta y sentí vergüenza. No era amor. Era pánico mejor decorado. No lo cuento por exhibición. Lo cuento porque fue real.
La crudeza cabe en una frase que muchos pronuncian con falsa superioridad. “Ella todavía accede cuando yo quiero.” “Él todavía accede cuando ella lo decide.” Traduzcamos sin adorno. El deseo ya no manda. Manda el acuerdo tácito para que la casa no explote. Eso parece madurez. Muchas veces es miedo. Miedo a la noche siguiente. Miedo a la factura que ya no se comparte. Miedo al silencio de la mesa cuando la silla de enfrente quede vacía.
En la otra orilla, quien abraza la soltería militante vive ligero y paga otra tarifa. Empieza la tarde con fuerza. Termina el domingo con eco. Lo sostiene una narrativa de control que explica cada renuncia como libertad. A veces acierta. A veces miente. La autonomía se prueba en la cocina, no en la consigna. Cuando la llave gira y no hay nadie, ahí se ve la madera.
Los hijos complican todo. Dos criaturas rompen cualquier silogismo. No hay cálculo perfecto. Hay años de cansancio y momentos que no entran en un balance. Quien dice que el balance es fácil miente. Quien dice que el vínculo debe durar lo que dure el deseo también simplifica. El hijo no blanquea la cobardía de los padres. Tampoco vuelve sagrada una unión podrida. Es un tercero que merece verdad. La verdad no es bonita. Es útil. Si te quedas, sabes por qué. Si te vas, sabes por qué. Lo demás es retórica para dormir.
Incompleto es quien delega su juicio por miedo a pagar un costo. Da igual si vive con alguien o si vive solo. Muchos solitarios son huérfanos del mismo pánico que critican. Muchos emparejados son rehenes de un cálculo pobre. Lo único que completa es una decisión con consecuencias asumidas. Sin victimismo. Sin épica.
También existen rarezas. Parejas exhaustas que envejecen sin odios inútiles. Los vi en un mercado. Ella empujaba el carrito. Él revisaba tomates con paciencia absurda. No había brillo. Había un pacto decente. No es mi ideal. Sirve para recordar que la vida guarda excepciones que desmontan eslóganes.
La soltería militante puede ser la estrategia honesta de quien prefiere no hipotecar su tiempo a estados de ánimo que cambian. También puede ser un disfraz para no mirar la propia cobardía. La pareja puede ser un refugio adulto para dos personas que se respetan. También puede ser una jaula con vista. No discuto palabras. Me importa la factura oculta. El lugar donde se fuga la dignidad cuando nadie ve. En ambos lados hay fuga.
Dos preguntas bastan. ¿Qué estás pagando ahora mismo por miedo a estar solo? ¿Qué estás posponiendo ahora mismo por miedo a decepcionar a alguien? Si tus respuestas te dan asco, ya sabes qué hacer. No con una consigna. Con un acto.
La libertad no grita. Cobra. Te cobra cada mañana.
Me quedo con detalles pequeños. La taza que dejas boca abajo para que escurra. La media que no aparece y te arruina diez minutos. El pulgar marcando una huella en el borde brillante del móvil. Ahí se ve quién decide. Ahí se ve quién finge. No hay escuela para esto. Hay noches. Y hay facturas.
Bangkok ya oscurece. Un monitor late sobre el agua. Camino despacio. La llave metálica golpea dos veces en el bolsillo izquierdo.
Exprésate. Tu voz importa