Parálisis Lúcida

Carta #
9

Parálisis Lúcida

A veces pienso en ese documental de National Geographic que vi de niño. El ciervo congelado frente al león, inmóvil mientras la muerte lo observaba a metros de distancia. El narrador explicaba con voz grave: «Cuando no puede luchar ni huir, se paraliza». Algo hizo clic dentro de mí. Un reconocimiento tan profundo que casi dolía. Como encontrar de repente nombre para ese estado en que me quedaba tras leer una propuesta injusta de un inversor o enfrentar una sala llena de hombres cuestionando mis productos para mujeres

Treinta y ocho años viviendo en un estado intermitente de parálisis. No siempre pero demasiado a menudo. Quietud cuando el cuerpo desea movimiento silencio cuando la garganta arde por gritar. Mi cerebro no se bloquea por incompetencia sino por ver demasiadas aristas demasiadas consecuencias demasiadas posibilidades en cada decisión. Del blanco y negro que veía en la juventud ahora solo distingo una paleta infinita de grises

Imagínate esto. Descubres que una app de transporte urbano tiene un algoritmo sesgado. Los datos son claros: barrios de minorías étnicas reciben tiempos de espera más largos, rutas menos eficientes, tarifas sutilmente más altas. Tienes la evidencia en tu pantalla. El sistema que todos celebran como «neutral» y «eficiente» está perpetuando desigualdades bajo capas de código elegante.

Lo correcto parece obvio. Pero entonces piensas en las consecuencias. Denunciar significa poner en riesgo cincuenta empleos, perder la confianza de inversores, quizás incluso enfrentar batallas legales que tu pequeña empresa no puede costear. Las caras de tus colegas, sus hipotecas, sus familias, todo pasa por tu mente mientras miras esos gráficos acusadores.

Qué harías? Sacrificar lo concreto por lo abstracto? La justicia inmediata por el bien tangible? Entre ambas opciones, muchos quedamos paralizados, incapaces de avanzar en cualquier dirección, atrapados en ese espacio gris donde cada decisión parece simultáneamente correcta e incorrecta

De niño en Argel jugaba a ser héroe. El patio del colegio se transformaba en campo de batalla donde siempre sabía qué hacer. Con un palo como espada y una tapa de cubo como escudo enfrentaba dragones, dictadores, demonios digitales. La certeza moral era mi superpoder. Vencer al mal parecía tan simple como respirar

Cada golpe imaginario era certero, cada enemigo caía sin resistencia. No había dilemas ni grises. Solo buenos y malos, valentía y cobardía. Corría con la seguridad de quien nunca ha conocido la incertidumbre, convencido de que bastaba con desearlo lo suficiente para ser invencible. La tapa de cubo era mi escudo infalible y el palo en mi mano, una espada capaz de derrotar cualquier injusticia. Hasta los gritos de los amigos, que discutían sobre quién ganaba o perdía, parecían ruido de fondo. Porque en mi mente, yo siempre vencía. Siempre era el héroe.

Me pregunto cuándo dejé de ver tan claro. Cuándo los dragones se convirtieron en sistemas complejos y los demonios digitales en líneas de código con consecuencias invisibles. Cuándo la certeza infantil dio paso a esta parálisis adulta, donde cada batalla parece tener víctimas en ambos bandos.

La adultez es el lento desencanto de descubrir que los monstruos verdaderos no vienen con etiquetas. Se esconden tras algoritmos tras financiaciones tras decisiones corporativas que parecen razonables. A veces incluso tras mis propias acciones bien intencionadas. Como aquella app que desarrollé para ayudar a mujeres a sentirse seguras y terminó siendo usada para acosarlas. La ironía como puñalada

Me han dicho tantas veces que tengo «un don para las decisiones difíciles» que casi me lo creo. Nadie ve los momentos de parálisis la noche en vela las opciones pesadas como piedras sobre mi pecho. El mundo tech celebra la acción rápida el «move fast and break things» mientras yo me ahogo en posibilidades calculando impactos evaluando daños colaterales

Me da vueltas eso de que quizás congelarse no es tan malo. En un sector donde todos alaban el «muévete rápido y rompe cosas», donde cada semana hay una nueva tendencia, una IA más potente, un metaverso más inmersivo, ¿no será esta parálisis algo útil? Esa resistencia instintiva a decidir sin pensar. Ese freno interior que nos dice «espera». Mientras los gurús tech predican la velocidad como virtud suprema, yo sospecho que hay sabiduría escondida en estos momentos de duda. No es cobardía, es el último bastión humano frente a la simplificación algorítmica de todo lo complejo. Una pequeña victoria del matiz sobre lo binario.

A nadie más le pasa que se paraliza por ver demasiados ángulos?Tres noches sin dormir revisando los mismos datos una y otra vez.

No es miedo es exceso de visión.

Mientras los demás avanzan decididos yo quedo suspendido entre todas las posibilidades, atrapado en ese espacio gris donde cada decisión parece simultáneamente correcta e incorrecta. El mundo tech premia la acción rápida pero quién celebra la pausa necesaria, la duda como forma de respeto a la complejidad? A veces pienso que esta parálisis ocasional no es debilidad sino lucidez

Si mi yo de ocho años me viera ahora quizás se decepcionaría de no encontrar al héroe que imaginaba ser. Pero le contaría que encontré algo más valioso que la certeza, esta capacidad de sostener la contradicción sin romperme. En un mundo obsesionado con respuestas, aprendí el valor de las preguntas correctas.

Exprésate. Aquí, tu voz importa

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