«OnlyFans» Suscribirse al Cariño

Carta #
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OnlyFans Suscribirse al Cariño

Cuando la intimidad se volvió gig economy

Hay algo profundamente triste en pagar por que te digan «buenos días». No porque esté mal, no porque sea indigno. Sino porque revela lo que nos falta.

Un mensaje por cinco dólares. Una videollamada por veinte. Un «te extraño» personalizado por suscripción mensual. La economía de la caricia digital tiene tarifas claras, términos de uso, y, lo más devastador de todo: opción de renovación automática.

Estamos viviendo la era donde la intimidad cotiza por minuto. Y no me refiero solo a lo sexual, sino a todo aquello que antes era exclusivo, gratuito, y a veces torpemente hermoso: la atención genuina, la vulnerabilidad sin filtro, el tiempo compartido sin facturación. Hoy se compra. Se produce. Se monetiza.

Los amores modernos ya no se conquistan: se suscriben.

La industria de la soledad es multimillonaria. OnlyFans reportó $6.6 billones en ventas en 2023. Bumble facturó $903 millones. Tinder genera $1.8 billones anuales. Pero el dato que nadie menciona es este: según estudios de Harvard, el 61% de hombres jóvenes están solteros, comparado con el 38% de hace una década. Y no es por elección. Es porque ya no sabemos cómo hacer esto sin intermediarios tecnológicos.

Hemos tercerizado el cortejo. Outsourceamos la seducción. Y convertimos el «te amo» en una transacción con términos y condiciones.

El síndrome del cliente emocional está en todas partes. Conocí a un tipo que pagaba $200 mensuales en diferentes plataformas de «conexión íntima» y me dijo: «Es más barato que terapia y más honesto que Tinder.» Tenía razón en algo: al menos ahí sabés que estás comprando una ilusión. En las apps de citas comprás la ilusión de que no es una transacción.

Pero analicemos la matemática cruel: una cita promedio en una ciudad grande cuesta $120 entre drinks, cena y Uber. Tiempo invertido: 4 horas incluyendo preparación. Probabilidad de segunda cita: 23%. Probabilidad de algo real: 3%. En OnlyFans, por $20 tenés garantizada la atención que buscás, sin riesgo de rechazo, sin performance anxiety, sin tener que fingir que te importa su trabajo en marketing digital.

Es más eficiente. Más predecible. Más triste.

Y no es solo sexo lo que se vende. Es intimidad emocional. He visto cuentas que se especializan en «girlfriend experience»: mandar fotos desayunando, preguntar cómo estuvo tu día, mandarte audios deseándote buenas noches. Simulacros perfectos de relación sin los inconvenientes de la relación real. Sin discusiones sobre la pasta de dientes. Sin conocer a la familia. Sin comprometerse con nada que no sea el débito automático.

El porno era masturbación sexual. Esto es masturbación emocional.

Los números no mienten: el 37% de usuarios de OnlyFans están en relaciones. No buscan sexo, buscan algo que no encuentran en casa. Buscan que alguien los vea como protagonista, no como supporting character de la vida del otro. Buscan atención sin tener que negociarla con el cansancio, los hijos, la hipoteca, el «hoy no tengo ganas de hablar.»

Pero vamos al fondo del asunto: estamos criando una generación de analfabetos emocionales. Chavos de 25 que pueden hacer dropshipping desde Bali pero no saben cómo pedirle el número a alguien que les gusta. Que manejan criptomonedas pero se paralizan cuando alguien no les responde un mensaje en dos horas. Que optimizan algoritmos de Instagram pero no entienden por qué sus relaciones duran tres meses máximo.

Y las mujeres también están jodidas. Muchas crean contenido porque la economía tradicional las exprimió tanto que vender intimidad se volvió más rentable que cualquier trabajo «respetable.» Una maestra gana $30,000 al año. Una creadora de contenido puede hacer eso en dos meses buenos. ¿Quién es el depravado aquí? ¿La que vende o el sistema que la obliga a vender?

Hemos normalizado el amor por suscripción.

Instagram Stories como trailer de disponibilidad emocional. LinkedIn como Tinder profesional. TikTok como audición permanente para conseguir atención. Hasta WhatsApp se volvió transaccional: doble check azul significa que me debés respuesta. Visto y no respondido es violencia pasivo-agresiva.

La tragedia es que funciona. Los algoritmos saben mejor que nosotros qué nos excita, qué nos deprime, qué nos hace sentir acompañados. Netflix sabe qué querés ver antes que vos. Spotify sabe qué querés escuchar cuando estás triste. OnlyFans sabe exactamente qué tipo de intimidad comprás cuando te sentís invisible.

Y mientras tanto, el amor real, el desorganizado, el que no te notifica, el que a veces te ignora porque está leyendo un libro o pensando en su madre, se siente primitivo. Anticuado. Ineficiente.

Conocí a una pareja que se conoció en Tinder, se enamoró por WhatsApp, cogió después de verse las Stories de Instagram, y terminó porque él siguió dándole likes a otras. El amor entero mediado por pantallas. Nunca se escribieron una carta. Nunca se esperaron sin saber dónde estaba el otro. Nunca se miraron a los ojos sin tener la opción de scrollear.

Y ahí está el punto: hemos perdido la capacidad de aburrirnos juntos. De estar en silencio sin estimulación constante. De tolerar los momentos donde no pasa nada interesante. Donde nadie dice nada inteligente. Donde el otro te parece ordinary, humano, real.

Porque la realidad no tiene filtros. No tiene opción de unsubscribe. No viene con rating de cinco estrellas.

El futuro es todavía más siniestro. Ya hay IA que simula conversaciones íntimas personalizadas. Girlfriends artificiales que aprenden tus patrones, tus traumas, tus fantasías. Que nunca tienen dolor de cabeza, nunca están cansadas, nunca te contradicen. El boyfriend perfecto que siempre dice lo que necesitás escuchar, programado para hacerte sentir especial.

Por qué elegir la complejidad humana cuando podés comprar la simplicidad artificial?

Pero acá viene la ironía más brutal: la gente que más consume intimidad artificial es la que más desesperadamente necesita la real. Son los más solos comprando la ilusión de no estarlo. Son los que tienen más miedo al rechazo pagando por aceptación garantizada. Son los que menos se valoran comprando validación por horas.

Es la economía perfecta: crear el problema y vender la solución.

Primero te aislamos con tecnología, trabajo remoto, ciudades hostiles, familias rotas, comunidades inexistentes. Después te vendemos conexión digital. Primero destruimos los rituales de cortejo, los espacios de encuentro, los tiempos lentos. Después te vendemos amor instantáneo con delivery.

Y no se puede parar. Porque una vez que probás la intimidad sin riesgo, la real se siente terriblemente peligrosa. Una vez que te acostumbrás a que toda interacción tenga un propósito claro, las conversaciones sin agenda se sienten como pérdida de tiempo. Una vez que comprás afecto, regalarlo parece estúpido.

He visto amigos cancelar citas para quedarse en casa viendo contenido de sus suscripciones. «Es que no tengo que hacer el esfuerzo,» me dijo uno. «No tengo que ser gracioso, no tengo que preguntar por su trabajo, no tengo que fingir que me importa su ex. Solo pago y recibo.»

Y lo entiendo. Porque salir a buscar amor real es como ir a cazar con las manos cuando podés comprar la carne ya cortada, empacada y entregada en tu puerta.

Pero aquí está la verdad que nadie quiere admitir: la intimidad comprada no llena el vacío, lo administra. Te da la dosis exacta para seguir funcionando sin sanar de verdad. Es metadona emocional. Te mantiene vivo pero no te devuelve la vida.

¿Sabés cuál es el momento más triste? Cuando terminás de ver el contenido y te quedás solo con la pantalla en negro reflejando tu cara. Ahí, en ese segundo antes de buscar otro video, otro perfil, otra distracción, ahí está toda tu soledad mirándote de vuelta.

Y cerrás la laptop. Y prometés que mañana vas a hablarle a alguien real. Que vas a salir. Que vas a intentar.

Pero mañana llega, y la suscripción se renueva automáticamente.

Y volvés a pagar por que te digan «buenos días.»

Porque al final, todos estamos comprando tiempo antes de tener que enfrentar la pregunta real: quién soy cuando nadie me mira? Qué valgo cuando nadie me valida?

Y esa respuesta no se vende. Todavía.

Exprésate. Aquí, tu voz importa

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