No hay señal

Carta #
16

No hay señal

Hay días en que uno se levanta y siente que el mundo entero ha envejecido de golpe. No por las arrugas ni las canas, sino por el ruido. Ese zumbido permanente de titulares rojos, de alertas vibrando en la palma de la mano, de voces opinando en ráfagas de 280 caracteres. Como si el alma despertara empapada en ansiedad antes de abrir los ojos. Te pasa a veces?

No sé en qué momento permitimos que la información se volviera una dieta continua, sin horarios ni digestión. Antes, la noticia llegaba en forma de periódico o telediario, con un inicio y un final. Se leía sentado, con café, como quien se asoma al mundo desde la distancia prudente de la mesa del comedor. Hoy, en cambio, vivimos con el mundo pegado al rostro, arrojándonos datos, desgracias y furias a cada segundo. Una especie de gota china emocional que va horadando la serenidad.

Recuerdo una tarde en el sur de Francia, en una aldea sin cobertura. Una señora me ofreció limonada casera mientras yo intentaba, con gestos torpes, explicarle que necesitaba conexión para revisar unos correos. Ella me miró como quien escucha a alguien que habla desde otro planeta.

“Aquí los muertos esperan hasta el lunes”

dijo sonriendo. Me tomó varios minutos entender que hablaba del periódico local, que solo salía una vez por semana. Las noticias esperaban. La vida no.

Ahora, cada vez que leo un titular que promete urgencia, pienso en esa frase. Porque tal vez no es que el mundo sea más terrible, sino que lo tenemos demasiado cerca. Como quien mira una pintura con la nariz pegada al lienzo, todo son manchas, todo parece caos. Solo al alejarnos descubrimos el sentido, los matices, la forma.

Hay algo enfermizo en esta compulsión por saberlo o al tenerlo todo al instante. Como si ignorar una crisis por unas horas fuera un acto de irresponsabilidad. Como si debiéramos tener una opinión urgente sobre todo: una guerra, una reforma, una cancelación. Opiniones listas para servir, tan rápidas como el café instantáneo, tan huecas como él.

Nos hemos vuelto adictos a la indignación. Necesitamos estar molestos para sentir que estamos vivos, que no somos indiferentes, que participamos. Pero esa adrenalina emocional no construye, solo desgasta. Como quien vive permanentemente con el puño cerrado, sin recordar por qué.

La ansiedad informativa tiene un precio. Nos roba el silencio, nos transmite energia negativa, nos quita el tiempo, nos vuelve espectadores impotentes de tragedias que no comprendemos del todo. Nos fragmenta la atención, nos desconecta del presente, de lo real, de lo que sí podemos tocar, cambiar, sostener.

Extraño esos días en que uno no sabía todo. Cuando el misterio formaba parte del vivir.

Cuando las conversaciones no empezaban con “viste lo que pasó en…?”. Cuando uno podía mirar el cielo sin pensar en satélites, misiles o datos del clima. Cuando las noticias tenían el peso de lo importante, no el ritmo histérico de la competencia.

Quizás haya que reaprender el arte del no saber. Elegir la ignorancia temporal como un acto de salud mental. Cultivar una dieta informativa más humana, más lenta. Apagar notificaciones, leer con intención, guardar silencio cuando no hay nada nuevo que decir.

Porque la verdad es que no estamos hechos para saberlo todo y nuestro corazón no fue diseñado para latir al ritmo de todas las tragedias del planeta.

Nuestro espíritu necesita pausas, treguas, espacios sin sobresaltos. Necesita, quizás, volver a mirar el mundo como lo hacía antes: desde la ventana, con un café, mientras afuera los pájaros seguían su concierto sin saber que los mercados habían caído o que el algoritmo cambió.

Si me lees y sientes que también te pesa el zumbido del mundo, hazte un favor esta semana. Desconéctate por unas horas. No como huida, sino como acto de amor propio. Sal a caminar sin auriculares. Mira las hojas, escucha los pasos, habla con alguien sin mirar el móvil.

El mundo no dejará de girar sin ti. Pero quizás tú empieces, al fin, a girar con él y no contra él. Como decía la anciana de la aldea: los muertos pueden esperar hasta el lunes. Y nosotros también.

Exprésate. Aquí, tu voz importa

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