Los Muertos Vivientes del Open Space

Carta #
28

muertos vivientes del open space

Hay gente que ya murió, pero sigue contestando emails.

Se les puede ver, cada mañana, caminando con su taza térmica, con la mirada perdida en algún punto entre el microondas comunitario y la última notificación de Slack. Algunos caminan más lento, otros más erguidos, pero todos —todos— llevan el alma arrastrando.

Murieron hace tiempo. En alguna junta interminable, en alguna call donde dijeron «me encanta tu idea» mientras su cuerpo implosionaba. Murieron cuando les rechazaron tres semanas de vacaciones «porque el cierre es crítico». Murieron de muerte chiquita, por asfixia emocional, en un cowork donde no se podía llorar porque el vidrio era transparente y había ping pong.

No hacen ruido. No generan conflictos. No piden aumento. No protestan cuando cambian el organigrama por cuarta vez en el año. Solo mueven el mouse de vez en cuando, para no perder la conexión con el servidor… y con lo que queda de sí mismos.

En los open space los reconocerás fácil, tienen una planta marchita sobre el escritorio que no botan, como un espejo. Su foto de perfil aún sonríe, pero ellos ya no. Usan frases como «yo ya estoy de salida» desde hace tres años. A veces ríen, pero solo con los labios. La risa completa se fue con el primer NDA que firmaron.

Según datos de Gallup 2023, un 59% de los empleados a nivel global están «emocionalmente desconectados» de su trabajo. Pero eso es un eufemismo elegante para no decir lo obvio: están zombificados. No sueñan con otro empleo, sueñan con no tener que trabajar. No quieren liderar equipos. Quieren dormir. Quieren silencio. Quieren dejar de fingir que ese OKR tiene algo que ver con su identidad.

Se habla mucho de la Gran Renuncia, del Quiet Quitting, de la Fatiga Laboral. Pero estamos ante algo más siniestro: el Capitalismo Necrofílico. Nos encanta explotar lo que ya no está vivo. Porque lo muerto no se queja. Lo muerto no pide flexibilidad. Lo muerto entrega en plazo.

El problema es que no se nota. Siguen participando en el check-in de los lunes. Siguen diciendo «interesante lo que plantea Andrés». Siguen votando con emojis. Pero por dentro ya firmaron su certificado de defunción emocional. Y cuando llega el viernes, no sienten alivio. Sienten una tregua.

Las oficinas modernas están diseñadas para mantenerlos «cómodos» mientras se descomponen por dentro. Colores cálidos, frutas gratis, yoga opcional los miércoles. Pero nadie pregunta cuándo fue la última vez que hicieron algo que no fuera por obligación. Cuánto hace que no sienten ganas genuinas de cualquier cosa. El zombie laboral no odia su trabajo. Ya ni siquiera lo siente. Es funcional. Y por eso es tan rentable.

Lo más cruel es que muchos fueron brillantes. Tuvieron ideas. Tuvieron fuego. Fueron peligrosos. Disruptivos. Valientes. Pero la curva de entregas, la inflación de jefes, el miedo al cambio, la hipoteca, el equipo que no los comprendía, el feedback sin alma… los apagaron. No de golpe. Poco a poco. Como una fogata olvidada.

Y ahora viven ahí, entre nosotros, fingiendo que todavía están. Conectados al Wi-Fi, pero no a nada más.

Mira a tu alrededor. Contá cuántos siguen respirando de verdad.

Exprésate. Tu voz importa

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