No sé si os pasa pero me obsesiona lo del equipaje. Ayer no encontraba mi maleta de siempre, la buena, esa que ha visto más aeropuertos que algunos pilotos. Al final cogí la mochila del gimnasio que tenía ese olor particular a «hace demasiado que no voy». Mientras metía lo esencial para la reunión en Málaga mañana, un jersey, dos camisas, el neceser minimalista que me regaló Sophia me vino esa revelación que siempre llega cuando haces la maleta
Hassan me dijo algo brutal el otro día mientras cenábamos en aquel Marroquí de Torrejon «Tío, cada año que pasa metemos menos cosas en la maleta y más suplementos y medicamentos en el neceser». Nos reímos pero dolió como solo duelen las verdades incómodas. Treinta y ocho tacos y ya calculando los bolsillos para las pastillas del colesterol que aún no tomo pero …
Hay algo revelador en cómo hacemos las maletas. Como un reflejo de nuestra evolución. Recuerdo mi primer viaje de negocios a la India. Metí tres trajes, cinco camisas, gemelos (gemelos, por dios!), zapatos de muy clásicos, y hasta un libro de frases en Indio que nunca abrí. Ahora todo cabe en un equipaje de mano y aún me sobra espacio. La experiencia no suma, resta te quita lo innecesario
La otra noche un amigo me soltó entre copas que su madre, antes de morir, le dijo:
«Al final entiendes que casi nada importa».
Se hizo un silencio espeso entre nosotros. Ahí, en ese momento congelado, sentí el peso de esa verdad como una revelación física. No es filosofía barata de Instagram, es lo que descubres cuando ya no puedes seguir esquivando lo inevitable
La primavera ha llegado con esa violencia dulce que tiene marzo en Madrid. Las terrazas explotan de gente como si la vida fuera eterna, mientras los árboles del Retiro se visten de verde con la misma prisa con la que nosotros envejecemos. Esta mañana pasé por el parque camino de la reunión con unos conocidos que han venido a verme en Madrid. Los cerezos ya empezaban a florecer, tan efímeros y perfectos que casi duele mirarlos. El aire cargado de polen, esa nieve amarilla que lo cubre todo y me hace estornudar como un condenado, da un toque melancólico a Madrid que ni el mejor filtro de Instagram podría capturar. Maldita alergia, pero hay algo poéticamente brutal en sufrir por la belleza, en que la vida te haga llorar literalmente cuando está en su momento más espléndido
Sarah dice que me estoy volviendo un dramático, que dejo frases por ahí como quien deja bombas de relojería en las conversaciones. Igual tiene razón. «Mehdi, no todo tiene que ser una metáfora de la existencia», me soltó mientras revisábamos algo en la ofi. Y yo pensando que precisamente todo lo es, absolutamente todo, desde cómo ordenas los calcetines hasta cómo respondes un mail a las tres de la mañana
Lo que no le conté a sarah es que anoche mi hermano me llamó con esa voz que presagia tormentas. un mecánico brillante en Argel, tiene cáncer. Veintisiete años y leucemia. Me quedé mudo, con el teléfono en la mano mirando las luces de Madrid como puntos suspensivos en una frase que no sé cómo continuar. Fouad, ese chaval que corría entre los coches en el taller mientras nosotros esperábamos que su padre terminara. El mismo que luego estudió ingeniería y que nos mandaba fotos orgulloso desde la universidad. «La vida no pregunta la edad antes de golpear», me dijo mi hermano mientras yo tragaba saliva. Cuántas veces he pospuesto volver, cuántos «el próximo verano sin falta» he dejado caer en conversaciones con mi madre. Y ahora Fouad lucha por un futuro que yo doy por garantizado mientras relleno formularios de viaje para reuniones que dentro de un año ni recordaré.
Anoche me salió un post de esos que pretenden ser profundos pero que normalmente ignoro. Esta vez me paré. «El tiempo no es oro, es vida». Suena a frase hecha, pero me golpeó como una certeza. Pensé en todas las reuniones inútiles, en los clientes tóxicos que mantengo por inercia, en los projects que acepto sabiendo que no aportan nada excepto stress y cuenta bancaria
Quizás por eso ahora hago la maleta como si fuera un rito sagrado. Cada cosa que no meto es una decisión, cada elección un pequeño manifiesto silencioso. No necesito tres camisas cuando dos son suficientes. No necesito el reloj caro que solo uso para aparentar. No necesito la corbata que me ahoga ni las opiniones que me asfixian
He cancelado el viaje a Málaga. Hay reuniones que pueden esperar, inversores que entenderán o no, pero da igual. Mientras metía el pasaporte en la mochila sentí el peso de todas las decisiones postergadas, de todos los «luego» que nunca llegaron.
Compré el billete a Argel para mañana. No le he dicho a nadie que voy, ni siquiera a mi hermano. Quiero que sea una sorpresa para Fouad, para su padre, para mí mismo. Es absurdo cuánto tiempo perdemos calculando consecuencias de decisiones que, al final, son tan simples como elegir estar o no estar. El tiempo no es oro, es vida. Y joder, qué poco lo he entendido hasta ahora.
Exprésate. Aquí, tu voz importa