El Pulso que fuimos

Carta #
5

El Pulso que fuimos

A veces cierro los ojos y vuelvo a ese 2019. El monitor ya no era de tubo, pero el café seguía siendo igual de malo, con ese sabor a cartón reciclado que te recuerda dónde estas.

Nosotros éramos diferentes entonces, antes de que el mundo se pusiera en pausa, y qué pausa! Había una energía particular en esa oficina del tercer piso, un optimismo que se colaba entre las persianas venecianas, El olor a marcador de pizarra permanente, ese que Pedro usaba para sus famosos diagramas de flujo que 90% del team no entendía pero todos aplaudíamos. El tap-tap-tap de treinta teclados como una lluvia artificial, el chirrido de la silla de Carlos que nunca quiso aceitar porque decía que era «su firma personal»

Es viernes pero «el cuerpo lo sabe!» gritaba Veronica cada jueves, solo para vernos rodar los ojos y reír. Sus informes, siempre en carpetas amarillas porque «el amarillo es el color del éxito». Sophia con sus risas interminables, Paloma y sus chistes legendarios en cada reunión, como cuando dijo que los lunes deberían venir con un botón de ‘snooze» mientras Juan regaba las plantas con la misma dedicación con que cuidaba los números del mes

Bueno… éramos ese tipo de familia disfuncional que solo existe en los espacios de trabajo, unidos por plazos imposibles y sueños compartidos.

El resplandor de mi pantalla ilumina post-its con frases motivacionales que ya ni leo. Son las seis y sigo aquí, mirando una hoja de Excel que parece reproducirse sola. Hay algo hipnótico en el zumbido del aire acondicionado, en cómo la oficina devora almas y escupe informes

Mi padre tenía un puesto similar, mandos medios le decían. Recuerdo su maletín gastado, sus suspiros frente al café de máquina. Me hablaba de «escalar posiciones» mientras escalaba su presión arterial

Recuerdo también cuando coordiné mi primera junta importante. El tiempo pasaba mientras pensaba en todas las versiones de liderazgo que nos han vendido. Los jefes inspiradores, los mentores sabios, los disruptores innovadores. Yo solo intentaba que el proyector funcionara

La luz del fluorescente titilea. Cierro Microsoft Teams y mi puesto queda en la Sombra. En el espejo del baño, mi rostro es el de alguien que descubrió que el verdadero KPI era la risa que hicimos en el camino

Recuerdo esa mañana de marzo. Fue la última vez que estuvimos todos juntos en la sala de juntas. El proyector zumbaba mientras discutíamos planes que nunca se realizarían. Las luces fluorescentes dibujaban sombras sobre presentaciones que ahora parecen de otra vida

El café se enfriaba en tazas personalizadas, que después quedaron abandonadas en gabinetes. En las ventanas, nuestros reflejos se mezclaban con el atardecer, sin saber que estábamos viviendo el final de una era. y qué era…

Hoy, cuatro años después, cada vez que paso por ese edificio, las luces de las oficinas cuentan una historia diferente. En el reflejo del cristal, veo fantasmas de quienes fuimos, de lo que creíamos que seríamos, de un tiempo que late ahora solo en la memoria.

Exprésate. Aquí, tu voz importa

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *