El mercado inmobiliario de lujo en España está en ebullición y no es por los locales. Los expatriados han convertido Madrid, Barcelona y zonas costeras en un escaparate para alquileres de 3.000 a 6.000 euros al mes pagados por empresas sin pestañear. Casas de 1,2 a 2 millones. Piscinas, gimnasios, colegios internacionales. Y cada año que pasa el precio sube otro peldaño. Esto no es crecimiento sano, es una carrera salvaje donde los que llegan con billetes marcan el ritmo y el resto solo mira desde fuera.
Los extranjeros residentes ya compran el 10% de las viviendas. El metro cuadrado que pagan no residentes está en 3.100 euros contra 1.700 de un español. En Málaga, después de la pandemia, se han vendido el triple de casas de más de un millón. Y el dinero no solo viene de Londres o Berlín, también de países limítrofes con Ucrania que compran a golpe de millones. Esto no es casualidad, es capital buscando refugio y estilo de vida mientras el mercado local queda atrapado.
El fin parcial de la Golden Visa y el precio disparado deberían enfriar la llegada, pero no pasa. Empresas absorben el coste y el resto se queda con un mercado inflado y acceso imposible. Investigadores y especialistas huyen porque no encuentran alquiler decente. Familias enteras se instalan y otras se marchan porque ni pagando 3.000 euros por 120 metros en el Retiro encuentran encaje. Esto es la realidad que nadie quiere aceptar.
En dos años habrá ganadores con patrimonio multiplicado y perdedores expulsados de sus ciudades. El que no entienda esta dinámica ya está fuera del juego.
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