España Vive Una Condena Económica Silenciosa


España lleva 24 años trabajando más y cobrando prácticamente lo mismo. El salario real medio apenas subió un 5,1% desde el año 2000. Una subida ridícula en comparación con la explosión de ingresos que vivieron países como Estonia, Lituania o Polonia. Mientras ellos corrieron, aquí se arrastró. Esto no es un estancamiento técnico, es una condena económica silenciosa que se arrastra en cada nómina.

Las empresas lo sienten en la piel. No hay poder de compra. No hay consumo que empuje. El mercado interno se asfixia. Un país con trabajadores pobres es un país con compañías pobres. Y lo peor es que no es un ciclo pasajero, es una estructura rota. Años de parches fiscales, reformas a medias y dependencia de sectores de bajo valor añadido dejaron una economía atrapada en arena movediza.

El discurso oficial sigue siendo que la convergencia europea llegará, que solo hay que aguantar. Mentira. Los datos matan el relato. Con salarios congelados, la convergencia no existe. El talento joven se fuga. El que se queda sobrevive, no construye. Y un país que no construye riqueza desde dentro acaba siendo un satélite barato de los que sí lo hacen.

Cada directivo lo sabe aunque muchos callen. Los márgenes se hunden porque el mercado no tira. Las plantillas pierden motivación porque no ven horizonte. Los inversores ya descuentan un riesgo estructural que nadie en política quiere admitir. Las compañías que esperan soluciones externas se van a hundir con la marea.

El tiempo de las excusas murió. Adaptarse no es una opción, es la única salida. Apostar por productividad real, innovación y mercados exteriores o quedar atrapados en una economía de salarios planos y empresas zombis. El futuro no lo decidirán los gobiernos ni las instituciones. Lo decidirán las compañías que se atrevan a romper el guion y las que se sigan engañando con la ficción de que todo mejorará solo.

El mercado no perdona. Habrá ganadores y habrá cadáveres. Y el reloj ya está corriendo.

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