España está dejando pudrir la mayor oportunidad económica en décadas. Los fondos europeos que deberían reactivar el país se quedan parados en despachos, atrapados en burocracia, sin llegar a la economía real. Primer semestre, solo un 9,3% ejecutado de casi 19.000 millones. El peor dato desde que existen estos fondos. En 2022 iban al 16,8%. Hoy ni eso. Esto no es ralentizar, es frenar en seco.
Los ministerios, salvo honrosas excepciones, están parados. Derechos Sociales se mueve, pero el resto es un cementerio. Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, 0,9%. Educación, 0,6%. Juventud, 0,3%. Ciencia, innovación y universidades, cero absoluto. Cero. Y aun así, se presume de que los fondos impulsan la economía. No es impulso, es dependencia. Y esa dependencia tiene fecha de caducidad.
Mientras tanto, empresas esperando licitaciones que no llegan, proyectos bloqueados, capital privado que mira hacia otro lado. No se trata solo de gastar, se trata de mover la economía a tiempo. La velocidad de ejecución es la diferencia entre un país que crece y otro que se arrastra.
Cada mes que pasa sin mover ese dinero, se pierden empleos, inversión, competitividad. Cuando los fondos se acaben, lo que quede será el resultado de esta parálisis. Los que se adapten y diversifiquen sobrevivirán. Los demás quedarán fuera del tablero. En este juego no hay empate.