El Gobierno anuncia una rebaja del precio de la electricidad mientras Iberdrola publica beneficios récord. La contradicción pasa desapercibida en los titulares porque nadie explica cómo una empresa puede ganar más vendiendo más barato. La respuesta está en las 847 páginas del Real Decreto que regula el mercado eléctrico. Páginas que nadie lee pero que todos pagamos.
Trabajo en una consultoría energética desde hace doce años. He visto redactar esas normativas. El proceso es siempre el mismo. Convocas a los stakeholders, sientas a las empresas en la mesa de negociación, escuchas sus propuestas técnicas, incorporas sus sugerencias al borrador. Al final, el regulador regula lo que el regulado le sugiere que regule. Lo llaman consulta pública. Debería llamarse dictado empresarial.
El mercado eléctrico español funciona como una subasta inversa donde gana el que puja más alto. Suena irracional hasta que entiendes la trampa. Todas las centrales cobran el precio de la última que entra en funcionamiento, aunque hayan pujado a cero. Un parque eólico que genera electricidad gratis cobra lo mismo que una central de gas que puja a 180 euros el megavatio hora.
Mi cliente más grande es una empresa de renovables que factura 2.400 millones anuales. Su coste variable de producción es prácticamente nulo. El viento y el sol llegan gratis. Sus ingresos dependen de lo que pujen las térmicas, no de lo que cueste su propia producción. Cada subida del gas aumenta sus márgenes automáticamente. Por eso las eléctricas nunca presionan realmente para acelerar la transición renovable. Su modelo de negocio depende de la escasez artificial.
He calculado la transferencia neta desde consumidores hacia accionistas en 2023. Dieciocho mil millones de euros de sobreprecio energético. Suficiente para financiar cuatro hospitales nuevos cada mes o reducir un tercio del déficit público. Pero esos cálculos no salen en los consejos de administración que frecuento. Allí se habla de optimización de la rentabilidad del activo renovable y maximización del valor para el accionista.
España produce la electricidad más barata de Europa y la vende a precios alemanes. La diferencia se evapora en una cadena de intermediarios, impuestos, peajes y márgenes regulados que convierten una ventaja competitiva natural en desventaja doméstica. Como si Arabia Saudí pagara la gasolina más cara del mundo.
El sistema tiene una perversión más sutil. Las empresas energéticas financian think tanks que publican estudios sobre sostenibilidad y transición justa. Patrocinan cátedras universitarias que forman a los reguladores del futuro. Contratan a ex altos cargos ministeriales como consejeros externos. Crean fundaciones que organizan conferencias donde políticos y empresarios hablan de la urgencia climática mientras diseñan marcos regulatorios que perpetúan sus rentas.
Reconozco mis propias contradicciones. Vivo de asesorar a estas empresas mientras critico el sistema que las enriquece. Mi nómina depende de optimizar los mecanismos que después denuncia. Cada informe que redacto maximiza beneficios empresariales que después pagan los mismos ciudadanos a los que en teoría represento como consultor independiente.
El algoritmo funciona con precisión matemática. Privatizar beneficios, socializar costes, capturar regulación, repetir. El Estado construye infraestructuras con dinero público, las transfiere a manos privadas a precio político, después compra su propia electricidad a precio de mercado. Como vender tu casa y después pagar alquiler al comprador.
Cada factura eléctrica contiene una transferencia silenciosa desde tu cuenta corriente hacia fondos de inversión que cotizan en bolsas internacionales. Tu recibo financia dividendos que cobran accionistas que jamás pisaron España pero que poseen su matriz energética.
El día que mi hija me pregunte por qué España tiene el sol más abundante de Europa y las facturas más altas, le enseñaré las 847 páginas del Real Decreto. Le explicaré que la energía más limpia del mundo se ensucia al pasar por el filtro regulatorio más opaco de Occidente.
Exprésate. Tu voz importa